Esta parte es la que menos me gusta de la Química, aunque no es por culpa de ella sino por el mal uso que el hombre hace de ella.
Todos conocemos o hemos visto alguna vez el resultado de un vertido a un río, sufrimos la contaminación en las grandes ciudades o hemos sufrido una intoxicación.
Los alimentos que comemos son el fruto de una naturaleza manipulada por el hombre para obtener el máximo rendimiento en el menor tiempo posible. Ello obliga al uso de una gran variedad de productos que pueden aparecer en el alimento y son ajenos a su naturaleza.
Otras sustancias extrañas llegan a los cultivos, la pesca y los forrajes de forma accidental, a través de aguas contaminadas por vertidos industriales, humos y cenizas de fábricas, restos de combustibles dispersos en el mar, etc., introduciéndose seguidamente en nuestra dieta.
Dependiendo de la dosis en que los consumamos, estos agentes contaminantes pueden ser inocuos o causar en nuestro organismo intoxicaciones agudas (rara vez ocurre) o crónicas (una acumulación continuada de pequeñas dosis, capaz de producir alteraciones a largo plazo).
En el caso de los contaminantes más habituales, la ciencia ha fijado las dosis diarias y semanales que el organismo humano es capaz de asimilar sin problemas, tomando como referencia las
cantidades toleradas por animales sujetos a estudio (aún faltan por investigar muchas
sustancias). Estas cifras son las que baraja la normativa alimentaria para establecer los
límites máximos permitidos de residuos químicos en los alimentos que comemos.
Una parte de los contaminantes llega a los alimentos durante la producción, el
procesado industrial o el almacenamiento. Los pesticidas son sustancias químicas con las que se
combaten las plagas que dañan los cultivos (insectos, parásitos, malas hierbas...). Su
eficacia se basa en su poder destructor, que puede exceder sus objetivos y causar daños
al medio ambiente y a los propios consumidores. Nos llegan a través de los
vegetales y acumulados en la carne, la leche y los huevos de los animales que comen forrajes contaminados. En dosis excesivas, sus efectos a largo plazo sobre la salud pueden ser devastadores.
Otras sustancias extrañas llegan a los cultivos, la pesca y los forrajes de forma accidental, a través de aguas contaminadas por vertidos industriales, humos y cenizas de fábricas, restos de combustibles dispersos en el mar, etc., introduciéndose seguidamente en nuestra dieta.
Dependiendo de la dosis en que los consumamos, estos agentes contaminantes pueden ser inocuos o causar en nuestro organismo intoxicaciones agudas (rara vez ocurre) o crónicas (una acumulación continuada de pequeñas dosis, capaz de producir alteraciones a largo plazo).
En el caso de los contaminantes más habituales, la ciencia ha fijado las dosis diarias y semanales que el organismo humano es capaz de asimilar sin problemas, tomando como referencia las
cantidades toleradas por animales sujetos a estudio (aún faltan por investigar muchas
sustancias). Estas cifras son las que baraja la normativa alimentaria para establecer los
límites máximos permitidos de residuos químicos en los alimentos que comemos.
Una parte de los contaminantes llega a los alimentos durante la producción, el
procesado industrial o el almacenamiento. Los pesticidas son sustancias químicas con las que se
combaten las plagas que dañan los cultivos (insectos, parásitos, malas hierbas...). Su
eficacia se basa en su poder destructor, que puede exceder sus objetivos y causar daños
al medio ambiente y a los propios consumidores. Nos llegan a través de los
vegetales y acumulados en la carne, la leche y los huevos de los animales que comen forrajes contaminados. En dosis excesivas, sus efectos a largo plazo sobre la salud pueden ser devastadores.
¿Qué se puede hacer?
1. El consumidor está desarmado, pues la contaminación química rara vez se aprecia a simple vista; no hay más remedio que confiar en la vigilancia de los productores y la Administración.
Por norma general:
– Lave y pele las frutas antes de comerlas. Lave también las verduras y hortalizas y deseche el caldo de cocción de las verduras, pues se llevará disueltas muchas sustancias indeseadas. Este consejo es especialmente importante cuando el Información elaborada por el equipo de comensal es un niño, una embarazada o una madre que amamanta.
– No compre productos de origen desconocido pues pueden provenir de huertas incontroladas cercanas a vertederos, carreteras, industrias y otros entornos particularmente contaminados.
– Si las tuberías de su casa son de plomo, es preferible que las cambie: mientras tanto, deje correr un poco de agua del grifo antes de beber.
– Desconfíe de las carnes y derivados cárnicos de colores rojos muy intensos, pues esa viveza es señal del uso de aditivos, como nitratos y nitritos. Si los consume, acompáñelos de legumbres y
frutas frescas, pues contienen sustancias capaces de neutralizar a las nitrosaminas.
2. Los productores pueden hacer mucho por la pureza de los alimentos. Ya no se trata sólo de respetar los plazos de "supresión" previos a la cosecha y la matanza, en los que no se
administran medicamentos ni tratamientos fitosanitarios, para reducir su presencia en el
producto final. Se trata, sobre todo, de limitar el uso de estas sustancias a lo estrictamente necesario.
3. La Administración también puede hacer muchas cosas, fundamentalmente, legislar con prudencia atendiendo más a razones sanitarias que económicas, endurecer los controles y las sanciones a los infractores, obligar a las industrias a reducir sus emisiones contaminantes, etc.
FUENTE: OCU
1. El consumidor está desarmado, pues la contaminación química rara vez se aprecia a simple vista; no hay más remedio que confiar en la vigilancia de los productores y la Administración.
Por norma general:
– Lave y pele las frutas antes de comerlas. Lave también las verduras y hortalizas y deseche el caldo de cocción de las verduras, pues se llevará disueltas muchas sustancias indeseadas. Este consejo es especialmente importante cuando el Información elaborada por el equipo de comensal es un niño, una embarazada o una madre que amamanta.
– No compre productos de origen desconocido pues pueden provenir de huertas incontroladas cercanas a vertederos, carreteras, industrias y otros entornos particularmente contaminados.
– Si las tuberías de su casa son de plomo, es preferible que las cambie: mientras tanto, deje correr un poco de agua del grifo antes de beber.
– Desconfíe de las carnes y derivados cárnicos de colores rojos muy intensos, pues esa viveza es señal del uso de aditivos, como nitratos y nitritos. Si los consume, acompáñelos de legumbres y
frutas frescas, pues contienen sustancias capaces de neutralizar a las nitrosaminas.
2. Los productores pueden hacer mucho por la pureza de los alimentos. Ya no se trata sólo de respetar los plazos de "supresión" previos a la cosecha y la matanza, en los que no se
administran medicamentos ni tratamientos fitosanitarios, para reducir su presencia en el
producto final. Se trata, sobre todo, de limitar el uso de estas sustancias a lo estrictamente necesario.
3. La Administración también puede hacer muchas cosas, fundamentalmente, legislar con prudencia atendiendo más a razones sanitarias que económicas, endurecer los controles y las sanciones a los infractores, obligar a las industrias a reducir sus emisiones contaminantes, etc.
FUENTE: OCU
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